En Koh Lipe estuve de bungalow en bungalow, cuatro días en cada hospedaje. No pagábamos ya que fueron intercambiados por reviews. Dos semanas en una isla paradisiaca donde no hay autos y en seis horas la recorriste toda puede volverse una vida un poco rutinaria. Ir al mar, snorkeling, sacar fotos a los Chao Ley, comer con nuevos amigos, trabajar en la compu… no hay tanto más para hacer a menos que cuentes con el dinero para bucear.
Cada día era un nuevo horizonte y el mismo. Concepto difícil de explicar pero entendible para cualquier nómade que se queda bastante tiempo en un lugar.
Algunas peleas surgieron a raíz de la mutua sensibilidad obtenida en el camino. Cuando uno está lejos de casa a veces los sentimientos se potencian. O por lo menos eso me pasa a mí.
Muchos españoles en la isla, algunos ya instalados, otros trabajando allí pero de paso. Mucha gente con la necesidad de hablar y descargarse en su idioma. A veces me sentía un objeto para hacer catarsis. Me dejaba convertir en ello, era evidente el apremio de la vida cotidiana en algunas conversaciones. Esos sentimientos que siento tan lejanos ahora que nada pareciera ser permanente pero recuerdo que te enredan y te hacen daño de alguna manera.
Unos con una visión panorámica de la realidad y otros con sus munditos donde un cambio de jefe movilizaba una decisión casi forzada de seguir viajando. La mirada del mundo es un círculo que a veces se cierra y a veces se abre. Algunos nacen mirando un metro más allá y otros kilómetros alrededor. A veces el círculo de visión se cierra, otras se abre o permanece constantemente en movimiento. Nada es malo o bueno en sí, depende para qué.
Un día de tormenta de sentimientos me fui a recorrer sola la isla. Primero al templo, pero a la parte rústica: no el nuevo que es como cualquier otro sino en el que viven los monjes. Uno de ellos me ofreció comida. Luego una botella de agua. Frente a mi negativa salió corriendo y me trajo de la nevera un jugo de naranja. Le pareció raro que no le aceptara nada pero sonrió cuando, con señas, le pregunté los nombres de algunas figuras budistas. Pronunciamos juntos nombre a nombre.
La jungla rodeaba el lugar dándole un aire a ritual secreto. Gallinas, gatos bebes y perros con sus crías daban vuelta de un lado al otro. Me pidió que lo acompañara al templo nuevo. Camino por el bosque siguiéndolo me dio la sensación de estar viviendo un momento único de esos que se te plasman cual foto en la mente. El monje, con sus sandalias y su túnica naranja en la cintura iba al frente. Una jauría lo seguía detrás jugando y pisándole los tobillos. Tenía todo el torso tatuado con símbolos budistas. Y su sonrisa y evidente esfuerzo por entenderme me llevaba a ser aún más amable. Antes de cada foto le pedía autorización. No parecía molestarle, agradecía la compañía.







Seguí el camino y me encontré con una cabaña enorme en lo alto con un montón de cuadros en su exterior. Un tailandés de tierra firme me recibió. Él pintaba y dictaba cursos de uno o dos días en temporada alta. Sus cuadros mostraban técnica. Generalmente eran de Chao Ley en su vida cotidiana. Me contó que no había estudiado nunca pero siempre le gustó por lo que aprendió por su cuenta.
Fumaba unos cigarrillos armados con tabaco de 5 Baht y corteza. Me invitó a almorzar. Iba a venir un amigo y tenían comida de más. No acepté en parte porque me dio vergüenza y también porque quería seguir mi camino. ¿Vergüenza de qué? A veces la gente humilde es la que más da. Pero me cuesta recibir de ellos sin pensar que debería ser a la inversa. Aunque ahora vivo tan al día como ellos y con un presupuesto pequeño.
Me contó que vivía al día pero que le gustaba la isla. A veces tenía dinero pero no siempre. Para él no era importante en lo más mínimo. “El dinero no me haría más feliz por ello elegí Koh Lipe y la pintura. No trae ganancias monetarias pero si otros aspectos que lo valen.” Sonreímos cómplices. Ambos entendimos aquello en los ojos del otro cuando nos vimos.
Me despedí y partí rumbo a las playas del Sunset. Arena solitaria, sin pisadas dibujadas más las que tenía detrás mío. El mar turquesa rompiendo contra las rocas en mil cristales. Un catamarán encallado y silencioso. Me senté un rato para admirar la imagen que mis ojos creaban, o mi mente… no sé bien cuál de ellas porque no parecía real. A veces siento que estoy en un sueño y me despierto creyéndome en Buenos Aires de nuevo.








Caminando por ahí me encontré con una aldea Chao Ley. Casas de chapa, ropa secándose al sol, casas de espíritus entre los árboles y gente descansando del calor a la sombra de alerones.
Una canción brasilera muy conocida sonaba bien fuerte. Niños bailando descalzos en la puerta de la casa musical y Lady Boys jugando con ellos. No quise interrumpir el momento con mi cámara. Estaba dentro de su mundo y casi que me seguían con las miradas como advirtiéndome que ésta era su casa.
Es increíble como Tailandia integra tanto a los Lady Boys (travestis). Me dio alegría verlos bailar y reír como niños. Me gustaría que en todo el mundo fueran aceptados. Nadie merece sufrir por discriminación. Todos deberíamos poder elegir nuestro camino sin que nadie nos señale frunciendo el seño por ello.
Cerca de una playa me interné en otra aldea. Esta vez con casas de cemento y jardines con flores. Una niña me seguía hablándome en el dialecto local. Le respondía en español y nos reíamos juntas. Nos despedimos en la playa.
Cambiando de alojamiento me caí en una escalera de cemento con mis tres bolsos. Terminé con las piernas y las rodillas sangrando. Llorando, fuimos a hacer el check-in. La señora del minimercado me vió y salió corriendo. Cinco minutos después apareció con gasas y un montón de desinfectantes. Me limpio las heridas: 10 centímetros de carne viva en cada pierna. Insistió en que me lleve los remedios. Más tarde intenté regalarle una mouse de chocolate en agradecimiento pero me la rechazó. Eternamente agradecida a esta señora que cuidó de mí y me sacó una gran sonrisa. A partir de este momento mis días fueron de pleno sol.
Las heridas sangraron por mucho tiempo por el clima húmedo y no me metí al agua para evitar infecciones. Ahora ya están bien. De a poco se les caen las cáscaras. En Malasia todo el mundo me preguntaba qué me pasó y asumían que había tomado alcohol. ¡Lo gracioso es que estaba muy sobria! Los accidentes que pasan cuando uno está triste. Pero ni bien te das cuenta de lo que te ama el mundo volvés a sonreír y cosas buenas suceden. ¡Que importante es la energía que uno irradia!
El resto de los días fueron muy similares. Entre Chao Ley, occidentales y viajeros. Mucho trabajo, llanto y risas. Cuando me pongo a pensar en ello extraño un poco Koh Lipe y su gente.






































que hermoso lugar! cuanta paz debe haber ahi!
Qué belleza de post! Gracias por retratar la esencia humana y al ser humano en su dimensión más pura y genuina. Saludos!
Gracias a todos por los comentarios y por leerme! 🙂 Me pone muy contenta saber que les gustó.
Guadalupe, de nuevo gracias, que buen recuerdo.
Muy bonito para Koh lipe voy hoy tu blog me ha animado. Un beso enorme.
Ojo que temporada alta es un mar de gente, fui en temporada baja y hay que averiguar cómo está ahora de construido porque esto fue hace cuatro años así que puede que haya cambiado. Asia cambia aceleradamente. Por lo demás, que lo disfrutes!!!