Danau Maninjau significa “mirar al otro lado” pero también es el nombre del lago de un cráter volcánico al oeste de Sumatra, Indonesia.
En mi hospedaje me organizaron un tour en moto gratis para mostrarme los alrededores. Después de un rápido café en uno de los pueblitos de la zona, mi guía me ofreció llevarme al Danau Maninjau a participar del festejo por el fin de ramadán.
El que quiera ir debe tener en cuenta que no hay mucho que hacer en el lago más que perderse por sus pueblos ribereños, remar, relajarse y ver las puestas de sol. La gente es amable y su cultura diferente a la que había visto en el este. La vida transcurre tranquila como si uno estuviera en una burbuja protectora de Bukittinggi y las ciudades del país.
Para llegar allí dimos vueltas por campos de cultivos, pequeñas aldeas con sus mezquitas y caminos de piedra tan empinados que tuvimos que bajarnos de la moto. Finalmente retomamos la carretera convencional y nos aventuramos por las 44 curvas cerradas que presenta la bajada al lago. Cada giro me mostró una vista diferente e increíble del lugar. Una vez abajo tuve mi primer contacto con una fiesta en indonesia.





El lago distaba mucho de portar la tranquilidad que lo caracteriza. Las motos y los autos iban y venían sin parar. Era difícil encontrar un lugar para estacionar dada la cantidad de gente que había llegado de la ciudad.
Nuestra primer parada fue en las quietas aguas del lago. Sostenían solemnes una barcaza cubierta con adornos y luces de colores. Un dragón asomaba su cabeza entre las sombras. Su boca abierta no emanaba fuego ni aliento a peligro: era una maqueta de papel sobre una de las carrozas flotantes que veríamos. La gente se congregaba alrededor para pasar el rato, sacar fotos y compartir la noche con amigos. Tambores sonaban de fondo mientras se preparaban las figuras colgantes.




Cuando sacié mi sed de fotos continuamos camino. La siguiente carroza era muy diferente de la primera. Me explicaron que la habían construido de la forma tradicional, como se hacía en el pasado. No había luces de colores pero poco a poco fueren encendiendo fuegos hechos con cañas y aceites, simulando velas. Las familias a su alrededor iban y venían haciendo tiempo para la fiesta que comenzaría en unas pocas horas. Nada de alcohol. El máximo vicio era el cigarrillo, tan arraigado en la cultura del país.
Una vez que estuvimos cansados y pasó la novedad comenzamos la vuelta a Bukittinggi. Una hora sentada en la moto con la lluvia y el viento nublándonos la vista. Tenía casco y un poncho roto de plástico. Intentaba proteger el bolso de la cámara y lo logré a cuestas de volver con el jean empapado. Entre nosotros pasaban autos seguidos por motociclistas alocados que se perseguían con antorchas en llamas. Las camionetas repletas de gente haciendo ruido y riendo. La juventud haciendo gala de la juventud. Una noche de fiesta.



Aún me pregunto cuándo comenzaron a festejar con carrozas. Nadie me supo decir de donde provenía esa costumbre tan similar a muchos carnavales de occidente. Incluso arman una competencia entre ellas. La ganadora se lleva el dinero juntado para poder hacer la del año siguiente. No todos los pueblos del lago participan ya que es muy costoso poder armarlas. Este año hubo al menos cuatro.
Dos días después, frente a la cancelación de uno de los tours, decidí unirme a dos chicas catalanas para respirar del lago durante el día. Finalmente dejé de decirles Españoles a los catalanes ya que en el camino recibí un par de retos. Viajando aprendo sobre muchos países, incluso sobre aquellos a los que aún no he ido. Cada día es como una caja mágica que uno sacude y saca una sorpresa de su interior.
Caminamos por los costados del río mirando los puestos locales que vendían pescado. Nos compramos un menjunje de pescaditos diminutos frito. Las piscifactorías salpican las orillas al igual que los restaurantes. Algunos fueron hechos “a lo indonesio” y otros montados para el turismo.




Me crucé con una de las carrozas que había visto. Se alzaba mucho menos impactante durante el día. El fantasma de una noche sin resaca, esta vez rodeada de niños con armas de juguetes. Se escondían de la cámara. Desafié a uno a que me apuntara directo a la frente e hice lo mismo. Bum! Click! Los dos al mismo tiempo apretamos el gatillo/botón. Rieron como si no fuera un asunto de vida o muerte. Calma, es sólo un juego.
Otros, un poco más alejados, jugaban con botes. De esos que uno debe pedalear para poder moverlos. Me hizo sonreír el recuerdo de aquellos días, cuando apenas medía unos centímetros, en los bosques de Palermo.



Me quedé pensando en la nostalgia. No se trata de recordar el pasado sino la forma en que uno lo hace. Ni bien puse un pie en el avión la dejé de lado. Siempre pensé que era un animal nostálgico pero depende del lugar. Una más de esas cosas que aprendí de mi misma. La introversión después de todo sirve para algo.
Las casas tenían un marcado tinte holandés en sus ventanas. Las maderas talladas y sus detalles hacían que paráramos cada tanto frente a una de ellas.



Finalmente nos dio hambre. Un restaurante frente al río nos tentó. Un panqueque para cada una, un par de jugos de mango y una de las cosas que quiero aplicar a mis cenas: jugo de aguacate (palta) con chocolate.
Una vez piponas decidimos retornar a la ciudad. Paradas en el camino, fui a preguntar a gente si nos llevaba. Una familia me pidió una foto con sus hijas. Aún me sigue dando vergüenza que se saquen fotos conmigo. Accedí. Las niñas me agradecieron con una enorme sonrisa y llevándose mi mano a su frente. Es la forma de decir gracias respetuosamente. Me parece tierna e inocente.
Conseguí una camioneta para nosotras y otras chicas que esperaban en el camino y nos despedimos del lago admirando los paisajes que iban pasando como fotogramas por la ventana. Jamás hubiera imaginado todo lo que iba a pasar al día siguiente. Pero, nuevamente, esa ya es otra historia.




Comenzaré a contar la historia como antiguamente lo hacían los cuentos de hadas. Había una vez, en el oeste de Sumatra, un volcán activo llamado Monte Tinjau. A sus pies había un pueblo en el que vivía una familia compuesta por bujang sembilan (nueve hermanos) y una hermana. Sani, como solían llamarla, era la más joven de la familia. Sus padres habían muerto cuando eran pequeños convirtiéndose Kukuban, el hijo mayor, en el cabeza de familia. Los hermanos eran ágiles para la agricultura. Cuando tenían algún problema acudían a su tío, Datuk Limbatang, al que llamaban cariñosamente Engku. El los visitaba, junto a su esposa e hijo, Giran, cada dos días. Como jefe de la aldea, cuidaba de ellos y les enseñaba técnicas agrícolas para que pudieran subsistir. Pasaron muchos atardeceres por sus ojos y el amor tocó la puerta. Giran expresó sus sentimientos por Sani y, para sorpresa de todos, fueron correspondidos. Concordaron en que iban a hacer la propuesta formal de casamiento luego de la cosecha. Los aldeanos estaban felices frente a la inminente competencia Pentak Silat (arte marcial tradicional) que se iba a realizar en la cosecha. Cada familia envió a un miembro masculino para ser su representante en la pelea. Kukuban estaba por ganar la competencia hasta que se presentó Giran y lo venció. Con un gran sentimiento de humillación creciendo en su mente se sentó a esperar el momento de su venganza. Según lo acordado, Datuk Limbatang y su familia llegaron a la casa de los nueve hermanos para proponer el casamiento de Sani y Giran. Kukuban negó la petición argumentando que Giran lo había atacado brutalmente en la competencia: “él no es un buen hombre para mi hermana”. Así los sueños de ambos se vieron destrozados por un hombre ciego de vanidad. A pesar de la prohibición de los hermanos, Sani y Giran se reunían en secreto. Kukuban se enteró y fueron llevados a los tribunales. Acusados de mantener una relación pecaminosa trataron de convencer a los demás de que no eran culpables pero nadie les creyó. Serían arrojados al cráter de la montaña. Al ver que las suplicas carecían de sentido, Giran levantó su mano al cielo y rezó “Por favor, escucha nuestras oraciones. Si somos realmente culpables destruye nuestros cuerpos en el cráter de agua caliente de esta montaña. Pero si somos inocentes has que la montaña haga erupción y convierte a los hermanos en peces». La oración fue contestada . Ambos saltaron y se sumergieron en el agua del cráter. Al poco tiempo el volcán hizo erupción. Los habitantes se salvaron pero, para sorpresa de todos, los nueve hermanos se convirtieron en peces. Con el tiempo, el cráter se expandió y formó el gran lago que ahora se conoce como Lago Maninjau.La historia del Lago Maninjau y Bujang Sembilan