Crucé el Titicaca en barca y mientras miraba las aves perseguir las lanchas me preguntaba el por qué de su fama. Ya había estado en otros lagos así de grandes y así de hermosos. Me agradaba a la vista pero no me impresionaba. Mientras agarraba fuerte la moto para que no se vaya de lado me decía que el rótulo de “el lago más alto del mundo” me conmovía poco. Hay gente que siente afición por lo “más más” y lo “menos menos” (la flor más grande del mundo, el mono más pequeño del globo terráqueo) pero personalmente nunca me importaron demasiado los números como hecho en sí, solo para analizar cosas más profundas desde la estadística.
Miré a un lado y justo un chico me dijo “es el lago más alto del mundo”, como si supiera sin conocerme la frase clave. Mi cara era un gran signo de interrogación. Cerré los ojos para disfrutar el aire fresco y puro, el lago me importaba poco.

Cuando volví a subirme a la moto comencé a ver terrazas de cultivo similares a las asiáticas pero en desuso. Me pregunté qué llevó a un desarrollo agropecuario similar y recordé que aquí también la gente tiene ojos rasgados; ¿coincidencias? Luego, investigando, me enteré que los pobladores del continente asiático tuvieron contacto con las culturas precolombinas de la zona. Las coincidencias son difíciles de encontrar, por lo general todo se encuentra relacionado aunque no encontremos el por qué. Un pensamiento más para mi caja de “verdades para no olvidar”.
Todo lo que no me impresionó el lago lo hizo el paisaje hasta el pueblo. Curvas agarrándose las manos que, sin soltarse, me deslizaban hacia arriba y hacia abajo. A lo largo del camino encontré montículos de piedras formando un rectángulo bajo, como si se tratara de los cimientos de una casa. Más adelante, pregunté a pescadores sobre ello y me contaron que eran tumbas de gente que había muerto a causa de esos giros abruptos que da la carretera.


Llegué a Copacabana con la intención de pasar la noche allí para continuar rumbo a Perú y, como a muchos les pasó, me quedé más de la cuenta incluso llegando a pensar en tramitar una extensión de la visa.
No es la ciudad en sí lo que te hace sentir tan bien que querés quedarte, es su energía. No la de la playa arrebatada de terrazas con turistas sentados al sol, los cafés con precios para europeos, los carteles de excursiones y los botes a pedales con forma de cisnes sobre la arena. Me refiero a la energía de las señoras de pollera vendiendo en el mercado, de los aimara que se sientan con sus hijos en los bancos de la plaza, las casas de barro alejadas en el campo, los cultivos alternando el color del suelo, la tranquilidad que confiere la inmensidad del lago y los halcones sobrevolándolo.
Me sentí en paz en un momento en que lo necesitaba porque venía de jornadas con torbellinos internos, de esos que arrastran tu día a tonos grisáceos. Algún día aprenderé a llevar un sol dentro, sin nubes, sin tormentas.


Allí conocí a dos chilenos que me enseñaron cosas nuevas y me recordaron quién era, porque me estaba olvidando de mí, de ser quien soy. A veces me pasa, quizás más seguido de lo que me gustaría.
El primero me enseñó a vencer la frontera cultural que se notaba en los labios tiesos de las mujeres del mercado cuando veían mi semblante forastero. Basta con ser como soy y comportarme como lo hacía en Asia, con tanta naturalidad.
Me enseñó algunas palabras en aimará y me explicó su significado más profundo. Probé volver al mercado sola. Esta vez saludé jovialmente en aimará y los labios de mis interlocutoras comenzaron a distenderse y sonreír. Me enseñaron palabras nuevas, rieron conmigo y me permitieron preguntarles mis dudas sobre su cultura.
Me contaron que cada vez menos bolivianos-aimará hablan el idioma ya que sus hijos no quieren enseñarles a sus nietos: la cultura se está europeizando. Les transmití la pena que me producía eso y lo lindo que es tener tradiciones propias. Lo dije en serio, creo que los contrastes embellecen el mundo; un poco como el aceto balsámico a la ensalada, aunque es una pésima comparación.
Además aprender idiomas te cambia la forma de pensar. “Cami Saki” (no se escribe así pero es mi humilde intento de fonética, de la que sé muy poco) significa “¿Cómo estás?” mientras que “Waliki” es “bien” pero a la vez “bienestar” y al decirlo le estás deseando eso mismo a tu interlocutor. Me sorprende el valor de las palabras, que solemos perder en la cotidianidad del día a día. Pensamos en el mensaje total pero poco en las palabras que elegimos. Una vez más un pensamiento lleva a otro y me enrosco en un análisis del accionar. Lo positivo es que suele llevar a un cambio interno: es un embrollo productivo.



Al segundo chileno lo conocí porque el destino lo quiso así. Me dirás que siempre sucede por ello, pero esta vez fue muy evidente. Pasé junto a un banco en la plaza donde había tres extranjeros sentados y me dio la impresión de que me miraron así que los saludé. Hicieron lo propio. Me fui a sentar en otro banco alejado y en pocos minutos lo tenía a él a mi lado, preguntándome por qué los había saludado. Conversamos mucho sobre las señales y la lectura de las percepciones externas.
Recuerdo que me contó que en Chile hay una forma de curar a la gente a través de piedras y él era el que las cuidaba y las mantenía calientes en ese ritual. Me transmitió paz y lo más lindo fue que yo también le hacía bien. Hicimos un intento de subir a el cerro El Calvario pero nos distrajimos caminando hacia el lago. Se sentó con su Yidaki sobre una piedra y comenzó un canto rítmico, un canto que compartí perdiendo la vista entre las montañas y meciéndome en trance.
Recordé que no necesito las palabras pero sí esa conexión espiritual con el mundo y con quien me rodee. Recordé que necesito crecer por dentro, nutrirme, y eso no lo logro solo comiendo; lo logro conectando, escuchando, observando y mutando. El Yidaki calló y casi simultáneamente fue remplazado por el aleteo del águila. El chileno sonrió, era su tótem personal. Intentó tomarle una foto pero el ave se alejó. Quise ver su expresión de felicidad pura de nuevo. Comencé a llamarla con un sonido que lo sentí mío, muy dentro, y el águila volvió. Cada vez que la llamaba rebotaba de una montaña a la otra hasta alcanzar el cielo sobre nuestras cabezas. Sentía curiosidad por esos niños con destellos dorados.


Al retornar me encontré con una pareja que conocí en Tilcara, testigos de un amor que se apagó. Subimos juntos a la cima y luego cada uno por su lado. Una vez en la cama, antes de dormirme, rememoré mis días en Copacabana. Estas tierras están tan cargadas de magia que me mostraron quién era y hacia dónde quiero ir. Fue un baldazo de agua fría que me sacó las lagañas de los párpados. Pensarás que quizás lo vi así porque llevo magia dentro; todos la llevamos, no soy única en ese aspecto. La magia de Copacabana no tenía que ver con mi forma de ver las cosas sino con la conexión que produce el lugar con tu interior. Cada persona con la que hablaba me decía, a su manera, lo mismo. Copacabana es un punto energético, un águila en nuestro camino.

CÓMO LLEGAR
Desde Perú van a pasar por aquí y les aconsejo quedarse unos días. Desde La Paz hay buses por 20 bolivianos que tardan cerca de tres horas y media. Al llegar al Titicaca hay que bajarse del bus para cruzar el Estrecho de Tiquina en bote. Cuesta 4 bolivianos por persona. Cruzar con la moto me costó 10. Hay que tener cuidado al subir con el vehículo porque la barca es bien rudimentaria y de madera. Se baja por el mismo lado que se sube por lo que conviene meterlos de cola para poder salir fácilmente. Cuando subís tienen paciencia pero al bajar no tanta aunque son muy educados. Una vez cruces el lago quedarán unos 15 minutos más hasta el pueblo. El camino rodea el lago.



DÓNDE HOSPEDARSE Y COMER
Una vez más me enfoco en los alojamientos baratos como el 15 bolivianos por una cama en dormitorio compartido en “Mariela”. También cerca de la plaza hay algunos que se pueden negociar por 12 bolivianos (habitaciones más altas por escalera). Por 40 bolivianos se consigue una habitación individual linda, no se dejen engañar por los precios y regateen. Si quieren algo más caro pero también con mejores instalaciones denle un vistazo al Hotel Cúpula con habitaciones desde 19 USD. No me quedé aquí pero lo que vi me gustó. Las opciones más caras tienen estacionamiento. En los hostels baratos se las arreglan también para guardar la moto bajo techo.

Respecto a la comida, te voy a dar una idea de los precios más económicos pero luego te dejo explorar que es divertido. Por la mañana, en frente a la esquina de la plaza que da al mercado, encontrás un señor con un carrito que vende las famosas empanadas bolivianas para el desayuno (son dulces y se llaman Salteñitas) por 2,5 bolivianos.
Por la noche, en la misma esquina pero sobre la plaza, hay una señora que vende hamburguesas completas por 4 bolivianos. Durante el día en el mercado se puede comer sopa con bebida por 4 bolivianos y con segundo (entrada más un plato abundante de arroz con pollo o alguna otra cosa) más bebida por 10. También en los alrededores te sirven algo de tomar, sopa y un plato de arroz con huevo frito, vegetales y una especie de milanesa (carne empanada pero muy finita) por 10. Comer en Copacabana es baratísimo. Y si estás aburrido siempre podés ir al mercado y cocinarte.

UN POCO DE AIMARA RÚSTICO
Aquí les pido ayuda para poder aprender más entre todos. Quizás alguien que estuvo en Bolivia sabe alguna otra palabra. Las que les cuento están escritas como a mí me suenan, pero no es correcto.
Cami Saki = ¿Cómo estás? / Waliki Jumasti = es una forma de preguntarle al otro si está bien.
Waliki = “ Estoy bien”. Es la respuesta a las preguntas anteriores pero también significa “bienestar” y cuando lo dices estás deseándole bienestar al prójimo.
Sarajaua / Sarajamaia = ambos significan “chau”.
Aljita = “Vendeme”. T’anta = “pan”.

QUÉ HACER EN COPACABANA
El mercado es uno de mis lugares favoritos dentro del poblado. Entre las calles Pando y Jauregui se encuentra una edificación que contiene tres mercados: el 2 de Febrero, el Mercado Modelo con frutas y verduras, y el Mercado Santa Marta donde se puede comer. Los alrededores, sobre todo las calles aledañas a la plaza, están repletos de puestos callejeros donde se vende maíz inflado (especialidad de la zona), flores, suvenires y ofrendas para la Pachamama entre los que se encuentran los animales disecados y los fetos de llama. Es el lugar ideal para aprender un poco de Aimara y probar suerte regateando.


Si te sentás en la plaza principal por unas horas, verás el movimiento de Copacabana y te entregarás a su magia. Una de sus puntas señalan el mercado mientras que el lado más concurrido se enfrenta a la imponente iglesia blanca con su estilo morisco y la Wiphala ondeando (bandera utilizada por los pueblos andinos). La iglesia alberga la virgen de Copacabana que recibe fieles que vienen a rezarle desde distintos puntos del país.


Para una vista del lago y el pueblo desde lo alto recomiendo subir al Cerro El calvario. La altura no ayuda pero si estás en buen estado físico se puede ascender en 30 minutos. Desde allí Copacabana se extiende de un lado, el lago a lo largo y la isla del sol a lo lejos. Los atardeceres son supremos. En la cima hay una señora que vende autos de juguetes, muñecas y utensilios para realizar tu pedido. Las paredes están cubiertas con dibujos hechos con velas con forma de autos o casas que alguien pidió. Aquí también vienen los brujos aimará que bendicen las miniaturas para que el deseo se vuelva realidad. La cultura cristiana y la aimará se unen formando una propia.




El observatorio astronómico, de origen preincaico perteneciente a la cultura Chiripa, fue bautizado por los españoles como la “Horca del Inca”. El verdadero significado de su nombre indígena, Pachataka, es “el lugar donde se mide el tiempo”. El observatorio se encuentra sobre el cerro Kesanani, a 50 minutos de Copacabana, y consta de dos rocas enormes colocadas paralelamente que antiguamente eran utilizadas para reconocer las estaciones del año y los movimientos lunares. Cada 21 de junio comienza un nuevo año aimará y un rayo es proyectado sobre esta piedra. El lugar es sagrado y aún se utiliza en rituales y festividades para la Pachamama (madre tierra).




Una de las expediciones que se realizan desde el pueblo es el viaje a La isla del sol. Se encuentra a dos horas de la costa, distancia que se recorre en ferry con un coste de 25 bolivianos ida y vuelta (el mismo día). Para poder ingresar a la isla se paga una entrada de 10 bolivianos (no paguen peajes). En sus 10 kilómetros de largo aloja hermosos paisajes, playas de arenas blancas y, en el norte, las ruinas arqueológicas incaicas del Templo Laberinto o Chinkana y la Roca Sagrada.
El eje central de la isla es recoso y une las comunidades Challapampa (norte), Challa y Yumani (sur). En la isla se puede acampar o quedarse a dormir en uno de sus alojamientos. En Yumani, el Hospedaje la Chosa del Inca es un emprendimiento familiar que ofrece habitaciones matrimoniales por 60 bolivianos. Para una estancia más cómoda, aunque más cara también, una de las mejores opciones es Ecolodge La Estancia. En el trayecto en barco se pasa también por La Isla de la Luna. Sobre ambas islas pueden leer en otro de mis post.




Te sigo con tanto guto!!!! mil gracias
A vos Vero!!!! 😀
Un lugar con mucha energía, ciertamente.
Gracias por recordármelo a través de tus palabras y tus viajes
Que sigas teniendo buen camino, aventurera 😉
Sara
🙂 Buenos vientos Sara!
Aguanten los embrollos productivos!!!! jaja Todas las noches, al llegar a casa, chequeo si publicaste algo para seguir viajando en tu viaje y, además, porque sos muy buena para escribir los relatos!!! 🙂 Buenos vientos y rutas, tigresa liberada 🙂
jajaja aguanten!!! 😛 En serio??? huy, que lindo!!! gracias por decírmelo. 🙂 Estoy preparando uno de los jesuitas ahora. Buenos vientos Fer!!!!!
bellas fotos , te felicito , buenas rutas hermana Colombia te espera
🙂 Abrazos Camaio!!!! Y por un encuentro!!!
Hola! encontré tu blog de pura casualidad y ahora me estoy preguntando cómo hacer para leerlo entero y mantenerme hidratado!
Te cuento que comparto el gusto por viajar en moto, y solo.
El año pasado me fuí a Machu Pichu desde Santa Fe, yendo por Bolivia y haciendo varios de los caminos que acá contás, así que me revive y emociona cada uno de tus relatos.
Gracias por compartir tu experiencia!
🙂 Y a vos por escribirme Emiliano! Por muchos viajes más. Buenas rutas!!!